26/10/11

Guille.

Te miro calmada, paciente, y me sonríes mientras te brillan los ojos, verdes y miel. No me canso de mirarte, de ver cómo luchas cada día, de pasear contigo mientras me abrazas o me llevas de la mano, como si nunca lo hubieras hecho antes.
No me canso de escuchar tus miedos, tus esperanzas, ni de aprender de tí, tus enseñanzas de niño-anciano.
No me canso de acompañarte en tu camino.
Ni de decirte, sin palabras, que yo mataré monstruos por tí.

12/10/11

La marea.

Me sorprendí a mí misma con rumbo fijo, huyendo hacia la playa, buscando refugiarme de nuevo en tu sonrisa. Y ver que apareces como siempre, por las calles de siempre, con aroma de octubre, y me recuerdas que ese mismo agosto la marea nos dejó la piel cuarteada, la miel en los labios, y las piernas enterradas.

Y en mitad de una canción, vuelves a engancharme, vuelves a imantarme con la suavidad de tus rasgos dormido a mi lado, y mientras te miro, canturreo que “Aún quedan vicios por perfeccionar en los días raros…”.

Y volvieron las cervezas, la buena conversación, y la disolución de los cabreos con el mundo. Volvieron las risas, las miradas cómplices y de deseo, y los paseos en el quad de mamá. Volvimos a enlazar las manos. Qué fácil. Qué fácil parece todo cuando no estás a 450 km. Qué fácil se me hace todo cuando, simplemente, estás.